Érase una vez…


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Érase una vez…

Hay gente que me dice que ya está pasado de moda empezar los cuentos con “Érase una vez…” pero no estoy de acuerdo.

Los cuentos son esas historias que toda la vida nos contaban nuestros padres y madres, nuestros abuelos y abuelas. Ellos las empezaban así y yo, en su honor, hago lo mismo.

Cuando de pequeños, nuestra abuela pronunciaba esas tres palabras, todos los hermanos nos callábamos y escuchábamos una y otra vez aquellas historias que por muy repetidas que fueran, siempre nos hacían soñar porque para eso son los cuentos, para soñar con otros mundos, para soñar que eres un héroe, un príncipe, una princesa o quién sabe si con aquello que nunca tendrás.

Hay cuentos para todos los gustos. Unos con final feliz, otros con un triste final. De pequeño siempre me gustaba el famoso final de “…y fueron felices y comieron perdices”. Creía que cuando fuera mayor, ese sería el final de “mi cuento”.

Con el paso de los años me he dado cuenta de que en la mayoría de los casos no es así, de hecho el final siempre es incierto, pero eso es precisamente lo bonito de los cuentos. El final no está escrito y cada uno puede hacer un cuento a su medida. Muchas veces depende del estado de ánimo a la hora de escribir y de las circunstancias que en ese momento vivas. En otras, simplemente expresas tus anhelos.

Yo nunca me he creído un escritor, considero esa palabra de tan alto nivel que soy consciente de que yo no llego ni llegaré nunca a esa altura. Yo sólo cuento historias con más o menos acierto. Como digo en la presentación de mi Blog “Pensamientos…, que nunca debieron salir de mi cabeza”:

“Lo aquí escrito no es verdad ni mentira, simplemente es mi verdad”

Por lo tanto, que cada uno que saque sus propias conclusiones, que para gustos…, están los colores y por qué no decirlo…, las palabras.

Cada uno tiene su propio estilo. Por suerte o por desgracia, cada vez que se escribe algo, vas a tener gente a favor y gente en contra e incluso aquellas que entienden o creen sacar conclusiones de lo que han leído totalmente contrarias a lo que has querido expresar. Personas que se sienten identificadas y personas que critican por el simple hecho de criticar. A mí es algo que no me preocupa y por qué no decirlo, hasta me gusta porque eso es algo en lo que creo; la libertad de expresión. Poder decir o decidir si algo te gusta o no te gusta y dar tu propia opinión sobre lo leído.

Pero volvamos a los cuentos, que me disperso…

La vida es como un cuento que siempre empieza por “Érase una vez…”. Hay protagonistas, actores secundarios, localizaciones y por supuesto…, una historia que contar.

A mí, particularmente me gustan los cuentos protagonizados por animales, es decir, las fábulas y por una razón. Siempre me ha gustado mucho la simbología, y los animales por lo general y cada uno en particular, simboliza alguna de las virtudes o defectos del ser humano. Incluso los hay que simbolizan aptitudes y formas de comportamiento y a lo largo de la historia, siempre han sido utilizados como metáfora de la vida, a la cual siempre se le intenta sacar una enseñanza, o “moraleja”.

Bonita palabra (“moraleja”). Según el diccionario, es la enseñanza que se deduce de algo, especialmente de un cuento o de una fábula y lleva implícita la palabra “moral”, bastante en desuso hoy en día, por cierto.

Los cuentos son pequeñas historias, reales o no. ¿Quién no ha vivido un cuento de hadas?, ¿tú no?, pues es una pena porque todos en algún momento de nuestra vida deberíamos sentirnos protagonistas de alguno y a poder ser, con final feliz, …faltaría más.

Hace algún tiempo, alguien me recordó la película Pretty Woman, cuando Julia Robers y Richard Gere, en los papeles de Vivian y Edward Lewis tienen el siguiente diálogo:

—Quiero más

—Ya sé lo que es querer más. Yo inventé ese concepto. La cuestión es cuánto más.

—Quiero el cuento de hadas.

¿Recordáis esa escena en el hotel?, ¿y el final?, ¿por qué no se puede completar un cuento de hadas?, ¿por qué no puede tener un final feliz si los dos protagonistas quieren que así sea?

  • ¿Qué puede más a la hora de decidir el final de un cuento, la cabeza o el corazón?
  • ¿De qué sirve el corazón sin una cabeza que no razone?
  • ¿Por qué no hacer que la cabeza entienda que el corazón es quien la riega de sangre?
  • ¿Por qué no hacer que el corazón entienda que no sirve de nada seguir vivo si la cabeza no funciona?
  • ¿De qué sirve la cabeza sin un corazón que palpite?
  • ¿Por qué el corazón dice una cosa y la cabeza otra?

Estás son siempre las preguntas que al final deciden para bien o para mal si los protagonistas comen perdices y son felices o si terminan comiéndose su orgullo por separado.

Posiblemente, lo ideal sería una mezcla de los dos, pero entonces dejaría de ser un cuento. Los cuentos se viven con el corazón, son historias en las que muchas veces la razón es el malo de la película, el antihéroe o la bruja malvada.

Por cierto, ¿qué sería de los cuentos sin los “malos”? Esos personajes, a veces incomprendidos y siempre vilipendiados sin los que la trama en realidad, no tendría sentido. Para que exista el bien, debe existir el mal y viceversa. Uno no tiene sentido sin el otro; como en la vida misma, sin ir más lejos.

Uno de los finales más típicos de los cuentos de hadas era o es:

“…y vivieron felices y comieron perdices”

Pero hay otro final, que a mí particularmente, siempre me ha gustado:

“…y colorín, colorado…

…este cuento se ha acabado”

Pero claro…

Con el tiempo me di cuenta de que este final sería la antítesis del primero, es decir, que todo se ha acabado y eso es algo a lo que me resisto porque el cuento… todavía no ha acabado o por lo menos, eso espero.

Después del final, siempre habría que poner:

…y ahora, ¿qué?

Sea cual sea el final, lo único que tengo claro, a pesar de que muchos digan que es algo anticuado, de que ya no se lleva, de que los tiempos y los estilos cambian, es que los cuentos empiezan y deben empezar por un…

“Érase una vez…”

… el final ya lo irán escribiendo los protagonistas del cuento y esa gran escritora que es “la vida”.

Blog, Pensamientos que nunca debieron salir de mi cabeza.


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