No voy a intentar convencer a nadie sobre la existencia o no existencia de Dios. Personalmente, aunque me gustaría decir lo contrario, no creo que exista un Ser superior que nos vigila desde las alturas, observando si somos buenas o malas personas y apuntando todos nuestros pecados para examinarnos el día de nuestra muerte.
Siempre he respetado las creencias de todo el mundo, incluso la de aquellos que me las imponen y me acusan de ateo y apóstata.
Las religiones no dejan de ser un pretexto para guiar al ganado con la promesa de una vida mejor. De hecho, siempre han sido motivo de guerras y enfrentamientos para ver quién tiene el Dios más poderoso y anteponen la fe a la razón.
— Y: Señor, no tengo para dar de comer a mis hijos y mi vida es un infierno diario en busca de una prosperidad que nunca llega.
— D: No te preocupes, un día llegará el reino de los cielos y todos aquellos que han sido oprimidos se alzarán en nombre de su Dios.
— Y: Pero Señor… yo no quiero alzarme en contra de nadie. Solo quiero vivir en paz y ser feliz, no pido nada más.
— D: ¿Crees en mí?
— Y: No puedo, Señor.
— D: ¿Entonces por qué hablas conmigo?
— Y: Porque desde pequeño me lo inculcaron. ¡Pedid y se os dará! —me decían. Pero no es cierto.
— D: Eso es porque no pides las cosas de corazón.
— Y: ¿De corazón, Señor?; no hago otra cosa desde hace tiempo y no obtengo más respuesta que tu silencio. Cada día veo a esos a los que llamas “los malos” y todo les va bien. Yo no hago daño a nadie y sin embargo día a día se me hace más difícil seguir adelante.
— D: Ya te llegará la hora, existe un mundo más allá donde todos seréis iguales bajo mi manto… no desesperes.
— Y: Pero Señor… ¡Yo quiero que eso sea ahora, aquí!, ¿de qué me sirven las promesas de una vida mejor si no creo en ti? No solo no creo en ti, no creo en nada ni en nadie ya.
— D: Así nunca conseguirás tus metas.
— Y: ¿Me estás diciendo que todas aquellas personas que no creemos en ti no nos vamos a salvar?
— D: Yo no he dicho eso.
— Y: Es verdad… Tú nunca dices nada… Señor.
Érase una vez un angel que bajó a la tierra sin el permiso de Dios. Él solo quería saber si todo aquello que su creador decía era cierto.
Lo primero que perdió fueron sus alas y empezó a caminar por la tierra sin rumbo fijo. Observaba todas las maravillas que le rodeaban dando gracias por poder ver las altas montañas, el agua, los verdes paisajes fundidos en el horizonte con ese cielo inmenso y azul.
Lo que más le gustaba eran los atardeceres, ese sol escondiéndose tras la ladera de aquella imponente montaña que daba paso a la majestuosa Luna y a las estrellas.
— Yo quiero ser humano —se decía.
Anduvo durante años. Conoció a mucha gente, llegó a sentirse un humano más.
Un día, mientras caminaba por un sendero, divisó a lo lejos un pequeño pueblo. Al llegar se dio cuenta de que sus pobladores no sonreían. Todos iban serios sin hablar con sus congéneres. Se acercó a una fuente a beber la fresca agua que emanaba de un caño coronado con la efigie de un Ángel Caído.
— ¡No bebas de ahí! —le dijo una joven.
— ¿Por qué? —contestó el ángel.
— Está maldita, todo aquel que bebe de esa fuente se vuelve triste y pierde la esperanza.
— ¿Tú nunca has bebido? —le preguntó el ángel a la joven.
— No, yo nunca he probado ese líquido que emerge del infierno.
— ¿Del infierno? —preguntó asombrado el ángel.
— Sí. Todo aquel que la bebe reniega de Dios, de nuestro Señor.
Todo el pueblo tenía esa creencia. Aquella agua estaba maldita porque no venía del cielo, si no del infierno.
El ángel quiso ver si aquello era cierto y se adentró en el pozo por una gruta de la cual salía el agua hacia la fuente. Quería ver ese infierno del que todos hablaban. Una vez dentro, se dio cuenta de que todo el agua se iba remansando en una cavidad inmensa y que el agua llegaba allí filtrándose desde la bóveda.
Realmente el agua no venía del infierno, como todos decían, si no de las altas montañas, tras las copiosas lluvias y nevadas del invierno.
Volvió y quiso decírselo a todos pero nadie le escuchaba, y los que le escuchaban…, no le querían creer. Ellos ya tenían su fe y por más que les decía que aquella agua provenía de las nubes del cielo, que caía en forma de lluvia y que luego se filtraba hasta la poza… nadie le creyó.
La joven le preguntó:
— Si lo que dices es cierto, ¿por qué todo el que bebe de su agua se vuelve triste?
— No lo sé —contestó.
— Pues si crees que la fuente no está maldita, bebe y compruébalo tú mismo.
El ángel bebió y al poco tiempo le invadió una gran tristeza. No entendía nada. No podía ser que algo que provenía del cielo fuera tan malo.
Siguió su camino, pero ya todo lo que veía no era tan hermoso. La desesperanza le hacía llorar. No entendía nada. Aquellas personas a las que antes veía ayudarse unas a otras y convivir en paz, ahora se odiaban, discutían, se engañaban y se mentían.
— Este no es el ser humano que quiero ser —se decía lamentándose.
Tras reflexionar empezó a acordarse de todo lo que había dejado atrás y decidió volver con los suyos. Volvería a ser otra vez un ser alado, volvería tras sus pasos y pediría perdón por su pecado.
Al volver, se encontró con las puertas del cielo cerradas. Todos aquellos que un día fueron sus iguales le despreciaron pues ya no le reconocían sin sus hermosas alas y tuvo que volver a marcharse.
Durante años siguió vagando por la tierra. Cada vez que llegaba a un poblado veía que cada grupo tenía su propia fuente maldita. Cada nación tenía sus propias creencias sobre su fuente y todos le echaban la culpa de sus desgracias a las fuentes de los demás. El mal siempre provenía de los “otros” pero todos tenían algo en común. Todos te prometían la salvación y una vida mejor si seguías sus preceptos y creencias.
Llegó a la conclusión de que todas las fuentes eran una sola, que todo provenía del mismo manantial del interior de la tierra. La diferencia era que unos pueblos la llamaban de una manera y otros de una manera diferente, pero todo era lo mismo y decidió no creer en ninguna de las fuentes. Ya no bebería más de ninguna de las fuentes que encontrara por los caminos.
Siguió pasando el tiempo y sin darse cuenta, se había convertido en un ser humano. Ahora era crítico con las opiniones de todos los grupos, pueblos y naciones de la tierra. Pensaba y decidía por sí mismo, lo cual trajo consigo que mucha gente le tomara por loco, por apóstata y ateo.
— No se puede no creer en nada —le decían.
En realidad sí creía en algo. Creía en el ser humano, creía que cada uno tenemos nuestro propio Dios y nuestro propio Demonio. Creía que la vida nos lleva por diferentes caminos y nos hace beber de diferentes fuentes pero que somos libres para pensar por nosotros mismos. Creía que las opiniones de los demás eran eso… opiniones, que si bien respetaba, no tenían que ser dogmas de fe en los que se tenga que creer ciegamente. Creía que todos, sin excepción, tenemos derecho a equivocarnos, que todos lo hacemos y que nadie es quien para decir que estás equivocado, pues no hay mayor equivocación en la vida que pensar que solo tú tienes la razón en todo.
Para todo existen diferentes opiniones y credos y el mayor error que cometemos, nuestro mayor pecado, es encerrarnos en nuestras propias creencias sin querer ver las de los demás.
— D: ¿Entonces crees en mí?
— Y: No Señor, lo siento. No puedo creer en ti. Por más que quiera… no puedo.
— D: Pero sigues hablando conmigo…
— Y: Lo sé, pero que sea nuestro secreto. Ya sé que no me vas a conceder todo aquello que te pido día a día, pero por lo menos hazme ese favor y mantenlo en secreto. ¿Harás eso por mí, Señor?
— D: No lo sé.
— Y: Lo sé… Tú nunca sabes nada… Señor.
Las religiones siempre han sido el yugo de los pueblos. Yo no soy quien para decirle a nadie que está equivocado pero por favor… que no sean los mismos que piden respeto a sus creencias aquellos que insultan a otros por las suyas o simplemente por no tenerlas. La base de la convivencia es precisamente eso, ser generoso con los demás, aunque no piensen como yo. No puede pedir respeto aquel que no respeta, de la misma manera que no puede pedir justicia el injusto ni verdad el mentiroso.
Vivimos tiempos en los que se nos imponen formas de pensar, formas de ser y formas de actuar, pero si todos fuéramos capaces de darnos cuenta de que todos somos iguales, que todos respiramos el mismo aire y vivimos bajo el mismo cielo… posiblemente nos iría mejor
Nunca sabré si todo es verdad o si por el contrario todo es mentira. Nunca sabré si la existencia de Dios es real o solo el fruto de un gran cerebro que lo inventó para hacernos sentir inferiores y que sintamos el miedo que se siente cuando piensas que un día todo terminará y que después no habrá nada, o sí…
De hecho, el día que muramos nos enteraremos del final de la peli. Por un lado imaginar el corte que se debe llevar una persona no creyente cuando al morir vaya a esperarle uno de esos ángeles o por el contrario… el corte que se tiene que llevar una persona creyente que se queda esperando en su lecho de muerte y de repente la luz se apaga y ya no hay nada más.
No sé lo que pasará ese día y espero tardar mucho tiempo en saberlo, lo único que sí sé es que…
“Los Ángeles también pecan…”
«Los Ángeles también pecan»es un Texto original de 1331ocho registrado en SafeCreative con el número 1911012376214 y pertenece al Volumen 2 de Pensamientos… que nunca debieron salir de mi cabeza.
Imagen de las alas en el logotipo 1331ocho by: Jennifer Helbling
Widget not in any sidebars