Mea Culpa
Hay veces que desearía que el tiempo se detuviera, que todo se quedara inmóvil y que mi cabeza dejara de pensar, pero es entonces cuando desde mis adentros y sin quererlo, entono un «Mea Culpa».
Por más que lo intento, no entiendo al ser humano. No entiendo algunas formas de pensar, no entiendo el ¿por qué? de algunas cosas, no entiendo cómo se puede llegar a algunas situaciones. No lo entiendo…
Me he pasado la vida intentando comprender la mente humana y he llegado a la conclusión de que es imposible. Sé, comprendo y de hecho entiendo que cada uno de nosotros tenemos diferentes maneras de ver la vida, de ver lo que sucede a nuestro alrededor pero lo que no consigo entender son algunas formas de actuar y lo que es peor…, creo que nunca llegaré a entenderlas.
Qué fácil sería hacer las cosas bien si todos pusiéramos algo de nuestra parte pero qué difícil es en realidad cuando ves que por mucho que lo intentas, todo al final se desmorona por el simple hecho de que “siempre tenemos nosotros la razón mientras que el otro es el que se equivoca”.
Estoy muy cansado…, ya no me quedan fuerzas.
Toda mi vida he sido un defensor de que las cosas se arreglan hablando, de que se puede llegar a discutir, ¿por qué no?, de que cada uno de nosotros podemos tener nuestra propia manera de pensar y de ver la vida, de que cada uno de nosotros podemos llegar a ser la mejor y la peor persona a ojos de los demás simplemente porque no pensamos igual o porque en un momento dado decimos o hacemos cosas que no gustan o ¿por qué no decirlo…?, porque no nos gusta una persona y su forma de ser.
Todos tenemos nuestras virtudes y nuestros defectos, en realidad somos más parecidos de lo que nosotros mismos vemos, o mejor dicho…, más de lo que queremos ver. Algunas veces nos ciega la amistad, otras la cabezonería y otras el simple hecho de quedar por encima de los demás. No queremos ver algunas cosas porque sería como gritar a los cuatro vientos que nos hemos equivocado y claro, ¡nosotros nunca nos equivocamos!
Si alguien nos preguntara por nuestras virtudes, posiblemente al describirlas, algo en nuestra cabecita nos estaría llamando mentirosos o ¿quién sabe?, a lo mejor nos daríamos cuenta de que no tenemos tantas.
Si alguien nos preguntara por nuestros defectos, posiblemente al describirlos, ese mismo “algo” en nuestra cabecita diría que nada de eso es verdad pero que hay que decirlos para quedar bien.
Virtudes hay muchas y seguro que cada uno de nosotros tenemos un ramillete de ellas pero son nuestros defectos los que en realidad ven los demás. Puedes hacer mil cosas bien (o creer que las haces bien), que como te equivoques en una…, ya nada de lo hecho se recuerda.
Hace tiempo, una persona a la que llegué a considerar casi un hermano, después de innumerables favores por mi parte hacia su persona y familia, un día no pude hacer algo que me pidió por el simple hecho de que me era imposible hacerlo. Esta persona me dijo algo que nunca he podido olvidar y que se ha quedado grabado en mi mente desde entonces:
“Hazme muchas…, fállame en una… ¡no me has hecho ninguna!”
De entre todos nuestros defectos, la cabezonería y el orgullo son los peores. No damos nuestro brazo a torcer, sería un signo de debilidad y claro, ¿cómo vamos a cometer el error de que los demás vean que somos débiles?, eso no puede ser.
Pues sí, señores y señoras, ¡Sí puede ser! Reconocer que nos hemos equivocado en algo no es un signo de debilidad, más bien de madurez. La cuestión es si somos lo suficientemente maduros para verlo y dar el primer paso.
Por lo tanto, humildemente creo que la verdadera pregunta sería:
— ¿Tenemos la suficiente madurez para reconocer nuestras equivocaciones?
Blog, Pensamientos que nunca debieron salir de mi cabeza.
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