Fábula

El Duende y el Hada

El Duende y el Hada


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El Duende y el Hada

Érase una vez un duende del bosque. Todos los días, al despertar, abría la ventana de su pequeño cuarto, miraba al cielo y decía…

— Ya es un nuevo día.

Después de arreglar su estancia y desayunar, salía a dar un paseo por el bosque en busca de frutos para comer. Llenaba sus alforjas, volvía a su pequeña casa y se encerraba en ella el resto del día hasta que anochecía. Entonces, antes de cerrar la ventana, miraba al cielo y decía…

— Ya es una nueva noche. — Y se iba a dormir.

Así pasaban los años. Todos los días eran iguales. Todas las noches eran iguales. Su vida era sencilla. No necesitaba nada más… El duende era así feliz.

Una mañana, al despertar, abrió la ventana de su pequeño cuarto, miró y dijo…

— Ya es un nuevo día.

Arregló su estancia y desayunó. Salió a dar un paseo por el bosque para buscar frutos para comer. Llenó sus alforjas y regresó a su pequeña casa. Al llegar, se dio cuenta de que la puerta estaba abierta y se asustó. Entró sigilosamente y descubrió la figura de otro ser en su cama. Se acercó muy despacio y justo cuando se iba a abalanzar sobre el intruso, éste se despertó y de un salto se cayó de la cama.

— ¿Quién eres tú? — gritó el Duende.

— Soy un Hada del bosque — contestó temblorosa — me he perdido, estaba cansada y me he quedado dormida.

El Duende, temblando, pues nunca había hablado con otro ser, volvió a preguntar…

— ¿Qué haces en mi casa?

— No lo sé — le contestó el Hada — Esta mañana, al despertar, abrí mi ventana y vi que era un nuevo día. Salí a a buscar frutos para alimentarme, llené mis alforjas y volví a mi casa pero no sé cómo he llegado hasta aquí. No conseguí encontrar mi casa. Volé y volé pero no la encontré.

— Y ¿por qué has entrado aquí?

— Estaba cansada, llamé a la puerta pero nadie me contestó. La puerta se abrió, entré y sin darme cuenta me quedé dormida.

La noche llegó y el Duende dijo…

— El bosque es peligroso por la noche, a mi me da mucho miedo. Mañana será un nuevo día e iremos a buscar tu casa, ¿vale? —El Hada asintió y tras comer los frutos que los dos habían recogido… se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente, al despertar, el duende abrió la ventana y dijo…

— Ya es un nuevo día.

El Hada abrió los ojos, se acercó a la ventana y dijo…

— Sí, ya es un nuevo día.

Salieron los dos juntos a recoger frutos del bosque y cuando llenaron sus alforjas, decidieron buscar la casa del Hada pero no la encontraron y volvieron a la casa del Duende antes de que anocheciera, pues el bosque de noche era muy peligroso.

— Ya es una nueva noche — dijo el Duende.

— Sí, ya es una nueva noche — dijo el Hada.

Pasaron los días, las semanas, los meses, los años… Cada mañana al despertar, arreglaban el pequeño cuarto, desayunaban, abrían la ventana y decían…

— Ya es un nuevo día.

Entonces salían a por frutos y una vez que llenaban sus alforjas, volvían a la casa antes de anochecer. Porque la noche en el bosque era muy peligrosa.

Una mañana, al despertar, el Duende se dio cuenta de que el Hada no estaba. Abrió la ventana y dijo…

— Ya es un nuevo día.

Sin saber por qué, se empezó a sentir muy triste al darse cuenta de que estaba solo. Hasta la llegada del Hada, siempre había vivido solo pero hasta esa mañana nunca había sentido esa soledad. Arregló la estancia, desayunó y salió a buscar frutos para comer y una vez llenas las alforjas, volvió a la casa con la esperanza de que el Hada estuviera allí.

Entró muy rápido y se puso a buscar diciendo…

— Hada… ¿estás aquí? — pero nadie le respondió.

Llegó la noche y al cerrar la ventana, miró al cielo y dijo…

— Ya es una nueva noche — pero no pudo dormir.

La noche se hizo muy larga. No entendía por qué el Hada se había marchado y menos aún por qué no se había despedido de él.

Pasaron los años. Todos los días eran iguales y todas las noches eran igual de largas sin dormir. Simplemente esperando una explicación de por qué el Hada se había ido, asomado a la ventana.

Siguieron pasando los días, las semanas, los meses, lo años y una mañana, al amanecer, la ventana ya no se abrió más, ya no se arregló la estancia, ya no salió a buscar frutos por el bosque. Había pasado tantas noches sin dormir, esperando a que el Hada volviera, que se quedó sin fuerzas.

Dicen que cuando un Duende muere, las flores lloran y que su llanto es tan fuerte que el estruendo es capaz de cruzar el bosque en todas direcciones. Así fue como el Hada se enteró de que su Duende no se despertaría más y quiso verle por última vez antes de que las Ninfas se lo llevaran.

Al llegar a la casa, el cuerpo del duende ya no estaba. La ventana del cuarto estaba abierta y sobre la mesa estaban las alforjas llenas de frutos con una carta que decía…

— Por si vuelves… cierra la ventana, la noche en el bosque es peligrosa. Descansa. Te esperé siempre. Ojalá hayas sido feliz.

Moraleja:

“Cuando no tienes nada… nada echas de menos, pero si algún día consigues tener algo y lo pierdes… lo echarás de menos toda tu vida”.

Algunos dirán que es mejor estar solo que mal acompañado. Otros posiblemente que la compañía es necesaria para ser feliz. Que cada uno saque su propia conclusión… de todas maneras, la vida no deja de ser un cúmulo de decepciones. Pozos de los que si consigues salir… dicen que cada vez te hacen más fuerte.

Yo no sé si eso es verdad o no lo es, pero lo que sí sé es que hay decepciones que te pueden matar en vida y que después… nada es igual. Dejas de creer en las personas, porque hay heridas que por mucho tiempo que pase… nunca sanarán.


«el Duende y el Hada» es un texto original de 1331ocho registrado en SafeCreative con el número 191227275532e y pertenece al Volumen 3 de Pensamientos… que nunca debieron salir de mi cabeza.



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Creo en la libertad de expresión y creo profundamente en que cada uno de nosotros tenemos nuestro punto de vista ante cualquier texto y que la interpretación de todo lo que se lee… es libre. Por lo tanto, nunca voy a entrar en una discusión sobre ideas o modos de entender y menos aún en puntos de vista por motivos ideológicos o de creencias religiosas.

Publicado por 1331ocho en Fábula, Pensamientos, 3 comentarios
Nunca pongas la mano en el fuego por nadie

Nunca pongas la mano en el fuego por nadie


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Nunca pongas la mano en el fuego por nadie

“…terminarás quemado”

Es curioso, pero termina siendo así. La confianza es algo que tarda mucho en ganarse y que se pierde en un instante y ya, por mucho que quieras, nunca se recupera.

Érase una vez una estrella que brillaba en el cielo. Tal era su brillo que todos la tenían como referencia en los caminos, pues su luz siempre guiaba al peregrino en las oscuras noches y era la más grande entre los suyos.

La estrella, sabedora de su poder, empezó a creer que ya lo tenía todo y que nadie la podría destronar de su púlpito, pero fueron pasando los años, los siglos, los milenios y poco a poco y sin darse cuenta, se iba apagando mientras a su lado surgían nuevas estrellas.

— No importa —se decía— Yo siempre he estado ahí y nadie me podrá quitar. Todos me aman y me necesitan.

En parte tenía razón. Todos aquellos que la necesitaban, siempre la utilizaban como referencia pero un día, de repente y sin previo aviso, se apagó.

La estrella no entendía qué era lo que le había pasado.

— Es algo temporal —pensaba hacia sus adentros— No pasa nada. Todos aquellos a los que ayudé, vendrán a ayudarme ahora a mí. —se repetía una y otra vez.

Pasó mucho tiempo, posiblemente más del que se hubiera imaginado que podría pasar y nadie volvió, ni siquiera a preguntarle qué era lo que le había pasado. ¿Por qué se había apagado? Todos aquellos que usaron su luz en la oscuridad la abandonaron. Fue reemplazada por nuevas estrellas que ahora brillaban más que ella, su luz ya no era suficiente y fue olvidada.

Moraleja:

Nunca te creas autosuficiente ni pienses que ya lo tienes todo. En cualquier momento lo puedes perder y como esperes que aquellos a los que ayudaste vengan a hacer lo mismo contigo… Vas listo. Ves preparándote y espera sentado, porque es muy probable que te lleves una gran decepción. Nunca pongas la mano en el fuego por nada ni por nadie, porque te quemarás. Aquellas personas que te utilizaron cuando brillabas, aquellas personas que se apoyaron en ti, serán las primeras que desaparecerán cuando te apagues e irán en busca de otra estrella que les garantice el futuro. Recuerda…

“Tanto tienes… Tanto vales”

Es una pena, pero… por desgracia es una de las grandes verdades de la vida. Posiblemente muchas personas me digan que soy un pesimista o un exagerado, incluso como alguno por ahí que me llama “Radical” pero, señores y señoras… por desgracia la vida es así.

Yo no suelo dar consejos, pero…

“Nunca pongáis la mano en el fuego por nada ni por nadie”

¡…terminaréis quemados!

 

1331-fuego


«Nunca pongas la mano en el fuego por nadie» es un texto original de 1331ocho registrado en SafeCreative con el número 1912272755306 y pertenece al Volumen 3 de Pensamientos… que nunca debieron salir de mi cabeza.

Imagen Alas de Fuego en logo 1331ocho by: photoshop-kopona



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El pájaro que perdió sus alas

El pájaro que perdió sus alas

Érase una vez un pájaro que perdió sus alas. Acostumbrado a volar, a mirar el mundo desde el cielo pensó que la vida se le acababa. Ya no surcaría más las nubes, ya no volaría más entre las copas de los árboles, ya no planearía más sobre las aguas.

Su vida se tornó gris y melancólica sin aquellos que un día fueron sus amigos y su familia en las alturas.

Comenzó a andar y con cada paso que daba se iba dando cuenta de que nunca más volvería a ser el que un día fue, nunca volvería a ser el de antes, ya nunca volvería a deslumbrar con sus hermosas alas a nadie… ya no las tenía.

Pasó el tiempo y siguió andando y andando. Fue conociendo a otros animales que como él, no podían volar. De hecho se dio cuenta de que la mayoría no podía hacerlo y no eran infelices por ello, pero él seguía mirando hacia arriba.

Al principio no entendía nada, todo su mundo había desaparecido y lo que ahora se le abría ante sus ojos era un mundo desconocido. Ahora el sol estaba lejos y la tierra muy cerca. Demasiado cerca en algunos momentos.

Cuando caía el sol y el cielo se tornaba negro, pasaba horas mirando los millones de estrellas de la bóveda celeste. En ocasiones conseguía quedarse dormido y en sus sueños volvía a volar. El problema es que pasaban las horas y con las horas la noche y tras la noche llegaba un nuevo día que lo primero que le recordaba era precisamente eso… que ya no podía volar.

Pasaron años y terminó acostumbrándose a andar y a andar sin descanso. Hoy aquí, mañana quién sabe… Dejó de mirar hacia arriba pero las noches seguían siendo iguales como si de una tortura nocturna se tratara a la que se entregaba con los ojos cerrados.

Un día se encontró en uno de esos caminos con un ser diminuto que resultó ser un hada con la que empezó a hablar de cosas intrascendentes. Ya nunca hablaba de sus sueños, los había dado ya por perdidos hacía mucho tiempo.

En un momento de la conversación, el hada le dijo:

Te concedo un deseo, ¿qué es lo que más quieres?

El pájaro, después de un rato en silencio, simplemente le respondió:

Olvidar.

El hada, sorprendida por la respuesta volvió a preguntarle:

— ¿No quieres unas alas?

— No —contestó el pájaro—Yo solo quiero olvidar

Pero… ¿por qué? —replicó el hada.

El pájaro, tras mirar el inmenso cielo y respirar profundamente, le preguntó al hada:

— ¿Esas alas me harán olvidar la gran decepción de mi vida?, ¿de qué sirven unas alas si aquello con lo que disfrutaba volando ya no está?, ¿para qué quiero volar si mis sueños volaron hace tiempo rumbo al sur y allí se quedaron encerrados?

— Yo solo quiero olvidar. Quiero olvidar a todos aquellos a los que un día quise porque ellos… ya no volverán.

­— ¿De qué sirven las alas? Yo solo quiero olvidar.

El hada le concedió el deseo y olvidó todo y a todos. Incluso llegó a olvidar quien era. Simplemente siguió andando.

Pasó mucho tiempo y en un lejano paraje se encontró con otro pájaro que también había perdido sus alas hace años como él y empezaron a caminar juntos. Ninguno recordaba quien había sido ni de dónde venía. Ninguno conseguía recordar nada de su pasado, solo hablaban del día a día y como mucho del anterior y según iban pasando los días… iban olvidando los anteriores.

Cada amanecer era un mundo nuevo, cada sendero era un camino nuevo, cada despertar una nueva vida y cada anochecer… una nueva muerte.

En un cruce de caminos se volvieron a encontrar con el hada que como hacía años se unió a ellos en su camino a ninguna parte. Tras varios kilómetros, les volvió a decir que les concedía un deseo y les volvió a hacer la misma pregunta a los dos.

— ¿Qué es lo que más queréis?

Los dos pájaros se miraron el uno al otro sin saber qué decir. No entendían nada, no recordaban nada pero algo en su interior hacía que se sintieran muy incómodos ante la presencia del hada y al final uno de los dos dijo:

— Quiero que no vuelvas más. Quiero seguir caminando.

El otro pájaro simplemente asintió mientras el hada les concedía el deseo y se iba para siempre. Ya no tendrían que preocuparse nunca más por su pasado. Solo hoy y mañana. Ayer dejaba de existir tras cada ocaso. Sin recuerdos, sin muletas del pasado, sin todo aquello que les ataba… Por fin libres.

“La ignorancia, muchas veces da esa mal llamada… felicidad”

La paradoja consiste en que todos queremos alas para volar, pero esas alas muchas veces nos hacen hacer cosas de las que nos arrepentimos el resto de nuestra vida.

Ojalá pudiéramos olvidar, ojalá esa hada existiera de verdad. Ojalá pudiéramos caminar día a día como personas libres pero no… Aunque perdamos las alas, nuestra mente se convierte en ese “Pepito Grillo” que constantemente nos echa en cara todo aquello en lo que nos equivocamos.

Algunas personas se revelan y cambian de camino, de compañía. Se acostumbran a cualquier cosa y siguen caminando. Otras simplemente… Esperamos.


«El pájaro que perdió sus alas» es un texto original de 1331ocho registrado en SafeCreative con el número 1904210709076 y pertenece al Volumen 2 de Pensamientos… que nunca debieron salir de mi cabeza.

Imagen hada by: 700622

Imagen alas by: Momentmal



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Mariposa

Mariposa


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Mariposa

Érase una vez una mariposa muy linda, de hecho era la más bella entre todas las mariposas del bosque y ella lo sabía, lo que le hacía mirar al resto con desdén al saberse la más hermosa.

Cada vez que todo el grupo se acercaba al lago a beber, ella se quedaba siempre al final mirando su propio reflejo en las cristalinas aguas sin hacer caso a todos los demás. Muchos fueron los que se acercaban a cortejarla pero ella siempre los rechazaba. No eran dignos de su belleza.

Con el tiempo fueron surgiendo parejitas de enamorados que felices revoloteaban por las flores pero ella seguía sin encontrar aquel que estuviera a la altura de sus exigencias.

Pasaron los años…

La belleza y la juventud también cumplen años y poco a poco la iban abandonando. El reflejo del lago empezó a no ser tan bello y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba sola.

Una tarde, mientras todo el grupo cumplía con su rutina de bajar al lago a beber, se fijó en una anciana mariposa que a duras penas conseguía mover sus alas. La anciana estaba rodeada de pequeñas maripositas que revoloteando a su alrededor le iban acercando pequeñas gotitas de agua para que bebiera, lo que le hizo pensar que algún día sería ella la que ya no podría volar. El problema era que no tenía a nadie que la diera de beber.

Se acercó a la anciana y preguntó:

— ¿Qué hay que hacer para no estar sola?

La anciana, mirándola a los ojos le contestó:

— Abrir tu corazón.

— No la entiendo —replicó.

La anciana, entonces dijo:

— Te conozco hace años, es más… te vi nacer, te vi crecer, te vi empezar a volar. La belleza de tus alas deslumbraba a todos pero nadie en todo este tiempo, que yo sepa, ha conseguido ver tu corazón.

— ¿Cómo se puede ver el corazón de alguien? —preguntó.

— Nuestro corazón lo enseñamos con nuestros actos, con nuestra actitud hacia los demás. La verdadera belleza, esa que no envejece está ahí, en el interior. Lo demás es solo fachada. Debes atraerlos a ti por las cosas que haces, no por el colorido de tus alas. Aquel que venga deslumbrado por tu belleza se irá cuando la pierdas. Aquel que venga deslumbrado por tu corazón, se quedará para siempre.

— Ya es tarde para eso —dijo la mariposa agachando la cabeza— yo no sé abrir mi corazón ni quiero hacerlo, me lo podrían dañar.

— Nunca es tarde para abrirse y rectificar —replicó la anciana— Eso sí, hasta que tú no te des cuenta, nadie podrá hacerlo por ti.

La mariposa se marchó pensando cómo podía abrir su corazón para que los demás lo vieran y tras pensar y pensar… no consiguió encontrar la forma de hacerlo.

Pasaron los días y volvió a preguntar a la anciana:

— ¿Cómo puedo abrir mi corazón?

A lo que la anciana esta vez respondió con otra pregunta:

— ¿De verdad nunca has querido a nadie?

— Sí, quise mucho a alguien, pero se fue —dijo suspirando.

— ¿Se fue o le echaste? —volvió a preguntar.

— ¿Por qué dice eso? —preguntó la mariposa con desdén.

— Por cómo lo has dicho —contestó.

— ¡Era un imposible!, nunca habría funcionado.

— ¿Y cómo lo sabes?, ¿acaso lo intentaste? —volvió a preguntar la anciana.

— ¿Para qué?, ya no tiene remedio y además ya no soy tan hermosa.

Siguieron pasando los años… y ahora la anciana era ella. Todos aquellos que habían revoloteado a su lado atraídos por la belleza de sus alas desaparecieron. Ya ninguno de esos “aduladores” le decían lo hermosa que era.

Y entonces fue cuando en un sueño volvió…

— Hola preciosa, ¿te acuerdas de mí? —dijo una voz.

— No, ¿quién eres? —contestó la mariposa.

— Soy aquel que te prometió que siempre te esperaría.

— No puede ser… —dijo temblorosa— él se marchó hace mucho tiempo de mi lado.

— Yo nunca me marché, siempre estuve ahí, dentro de tu corazón, pero tú no me veías porque lo cerraste.

La mariposa no despertó nunca más. En su sueño eterno fue donde consiguió por fin volver a abrir su corazón y fue allí donde encontró aquello que nunca se había ido, aquello que siempre había estado en su interior.

Moraleja:

“Abre tu corazón y dime que ves.

Quién sabe…

…a lo mejor resulta que sigo dentro”.

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Alas de Hormiga

Alas de Hormiga


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Siempre te esperaré…

Érase una vez dos hormiguitas. Ella, una preciosa hormiga destinada a ser reina y él, una hormiga obrera sin más futuro que trabajar y trabajar.

A pesar de la diferencia de clase social, su amistad fue creciendo por encima de lo que era recomendable dentro de la jerarquía del hormiguero.

Con el paso de los años, esa amistad, para desgracia de muchos, se convirtió en amor. Fueron castigados y separados pero ellos se saltaban los castigos y conseguían estar juntos de vez en cuando, aunque sólo fuera durante unos minutos.

A ella, que tenía que recibir una educación digna de su posición, le asignaron un profesor llamado “Orgullo” que poco a poco se fue encargando de ir separándolos.

Un día, a la princesa hormiga le empezaron a salir alas y sintió la necesidad de volar en busca de su propio hormiguero, dejando a la hormiga obrera sumida en una gran tristeza y sin más explicación que una pocas palabras:

— Tengo que mirar por mi futuro. Lo entiendes, ¿no? —le dijo.

La hormiga obrera, asumiendo su precaria posición le preguntó:

— ¿Volverás algún día?

— No creo, tengo mis obligaciones —le contestó.

La hormiga obrera volvió a preguntar:

— Pero si dejas alguna vez de tenerlas… ¿volverás?, porque ¡yo siempre te esperaré!

— No creo que lo hagas. —le respondió— Conocerás a otra hormiga y te olvidarás de mí.

— Lo haré, ¡siempre te esperaré!, sólo tienes que encender la luz más alta de tu hormiguero y yo iré a buscarte si hace falta, ¿vale?

La hormiguita obrera, como despedida, le dio una botella de cristal con muchas hojas enrolladas dentro diciendo:

— Aquí van mis sueños, ¡llévatelos!

Toda esta conversación la escuchó Orgullo y se juró a sí mismo que nunca permitiría que la futura reina hiciera lo que la obrera le había pedido.

Fueron pasando los años, la princesa se convirtió en reina y vivió agasajada por un ejército de hormigas que siempre estaban pendientes de ella para darle todos sus caprichos pero, algo en su interior no la dejaba ser feliz. El recuerdo de su amor secreto la atormentaba día y noche pero cada vez que intentaba ponerse en contacto con la hormiguita obrera o saber algo de ella, Orgullo se lo impedía.

Los años no pasan en balde, la reina envejeció y llegó un día en el que dejó de tener sus reales obligaciones, pero Orgullo seguía ahí. Era un implacable guardián que la vigilaba día y noche mientras que la hormiga obrera seguía esperando y saliendo cada noche para ver si su amada volvía o si la luz se encendía a lo lejos.

Dejó su trono a una nueva reina. Ya no era tan hermosa, ya no tenía tantos aduladores, ya no tenía un ejército de hormigas pendientes de sus deseos. Ahora volvía a ser lo que fue…, una hormiga normal.

Un día, mientras descansaba, se acordó de la botella de cristal que le había dado su viejo amor prohibido, la hormiga obrera. La buscó muy nerviosa, tanto que cuando la encontró se le resbaló de sus pequeñas manos y cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos, esparciendo todos los sueños por el suelo.

De rodillas, los fue recogiendo uno a uno mientras los iba leyendo. Ella era la protagonista de todos y cada uno de los sueños y habían estado guardados durante años sin saberlo.

Fue entonces cuando decidió que quería volver a verle, siempre y cuando “Orgullo” no se enterara, pues de ser así, sabía que no la dejaría hacerlo a pesar de su avanzada edad.

Esperó a la noche y cuando Orgullo se durmió, agitando sus viejas alas, salió por la ventana rumbo al norte.

Sus alas ya no eran lo que fueron antaño, ya no tenían la fuerza de cuando se fue, pero consiguió llegar antes de que Orgullo despertara, cosa que cuando ocurrió y se dio cuenta de que la hormiga no estaba, montó en cólera y salió de viaje también pues, sabía perfectamente a donde ir.

Cuando llegó, la anciana hormiga preguntó y preguntó a todos por la hormiga obrera pero nadie sabía nada de él, ya no estaba allí y fue en ese preciso momento cuando Orgullo llegó muy enfadado y mirándola fijamente a los ojos le dijo:

—¿Ves?, ¡siempre te he dicho que él ya no estaría cuando volvieras!

— Lo sé, —respondió ella— pero es que he tardado mucho en volver. Es normal que ya no esté. Estará con los suyos.

— No habría estado de todas formas, ¡siempre te lo he dicho y lo sabes! —gritaba Orgullo.

Entonces fue cuando una arañita se acercó con sus ocho patitas y haciendo una reverencia preguntó a la hormiga si era la anterior reina del sur.

— Sí, soy yo, ¿cómo me has reconocido?

— Porque una hormiguita obrera me dijo que algún día volvería la hormiga más hermosa del mundo y que si él ya no estaba, le tenía que dar esta hojita.

—¿Sabes dónde está?, ¿qué fue de él?, ¿es feliz? —preguntaba la hormiga con la voz acelerada.

— No, él ya no está. Se fue al cielo a seguir esperando. Nunca volvió a sonreír. Todos se reían de él porque todas las noches salía del hormiguero y se quedaba mirando al firmamento diciendo que usted volvería y que él debía estar ahí para recibirla por si llegaba cansada. Tome, esto es para usted.

Con las manos temblorosas y los ojos llorosos fue desenrollando la pequeña hoja y empezó a leer.

—¡Sabía que volverías!, si estás leyendo estas letras es que no hubo tiempo. Mira al cielo…

La hormiga, levantando la cabeza, miró al firmamento. Era una noche con un cielo negro lleno de estrellas. Volvió a agachar la cabeza y siguió leyendo…

—¿Me ves?

La hormiga miraba y miraba el estrellado cielo sin saber qué hacer ni en qué punto fijar su mirada y entonces fue cuando una estrella resplandeció de entre todas como si de un nuevo sol se tratara.

—¡Síííí, te veo! —dijo la hormiga mientras bajaba sus ojos para leer la última frase de la pequeña hoja.

La última frase de la hormiga obrera solo decía:

— Te sigo esperando…

Moraleja:

“Que tu orgullo no te impida hacer lo que tu corazón desea”

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Creo en la libertad de expresión y creo profundamente en que cada uno de nosotros tenemos nuestro punto de vista ante cualquier texto y que la interpretación de todo lo que se lee… es libre. Por lo tanto, nunca voy a entrar en una discusión sobre ideas o modos de entender y menos aún en puntos de vista por motivos ideológicos o de creencias religiosas.

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Fábula del Búho y la Luna

Fábula del Búho y la Luna


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Fábula del Búho y la Luna

Érase una vez un búho que cada noche se posaba en su rama y se quedaba admirando la belleza de la luna.

Noche tras noche salía y al amanecer se volvía a su nido muy enfadado porque el sol le impedía ver a su amada el resto del día.

— Ya está el sol molestando otra vez con sus rayos, ¡le odio!

A parte del sol, también le echaba la culpa a la tierra porque salvo unos pocos días, siempre se ponía en medio y había noches que ni se la dejaba ver.

— Ya está la tierra molestando otra vez, siempre en medio, ¡la odio!

Cada veintiocho días conseguía verla en su máximo esplendor, reflejando su luz, como si de un camino se tratara sobre las aguas de lago. Era todo un espectáculo para la vista y cada vez que la veía se enamoraba más y más de ella.

Esa visión duraba poco, luego, a lo largo de los siguientes días, la luna iba decreciendo por culpa de la tierra que se iba poniendo en medio hasta que llegaban “esos días” que la ocultaba por completo.

El búho pensaba que la luna, al darse cuenta de que la tierra la tapaba, se seguía desplazando, hasta que otra vez volvía a su máxima expresión y belleza para él.

Una noche, harto del sol y de la tierra, formuló un deseo:

— «Quiero que el sol se apague y que la tierra se pare para poder estar siempre con mi amada luna”

Surgió una voz que le dijo:

— Eso es imposible, si eso pasara…, todo llegaría a su fin.

— No me importa, además… ¿quién eres tú para darme lecciones? —le increpó muy enfadado.

— ¿De verdad quieres eso? —preguntó la voz.

— ¡Pues claro! —exclamó— a mí me dan lo mismo el sol y la tierra. Yo vivo de noche y la tierra no la piso. Vivo en mi árbol y además sé volar.

— De acuerdo, te concederé tu deseo —dijo la voz sentenciando.

El búho empezó a dar saltos de alegría, por fin se había deshecho del maldito sol y de la impertinente tierra.

El sol se apagó, la tierra empezó a helarse y la luna no volvió a salir nunca más.

Pasó el tiempo y el búho, helado de frío, a punto de morir de hambre y sin fuerzas para mover sus alas llamó a la voz con un grito desgarrador:

— ¿Qué quieres ahora búho? —le preguntó la voz.

— ¡Me engañaste!, —dijo el búho muy enfadado— ¡te odio!, ¡mi amada se ha ido también!

La voz volvió a surgir de las heladas entrañas de la tierra y le dijo:

— No, te engañas tú. La luna sigue ahí, pero ella no tiene luz propia. Sólo veías su belleza sin darte cuenta de que esa luz no venía de ella, sino que reflejaba la del sol y esa impertinente tierra que siempre se ponía en medio era la que te daba de comer gracias a que los molestos rayos de la estrella alimentaban las raíces de tu árbol.

Y así fue cómo por despreciar todo aquello que según él le molestaba, perdió lo que más quería y finalmente murió.

 

Moraleja:

Hay personas que brillan con luz propia y otras que sólo reflejan la luz de otros.

A las primeras solemos echarlas de nuestras vidas porque suelen ser molestas en algunas ocasiones al decirnos esas cosas que no queremos oír. A los segundos se les suele abrir las puertas de par en par sin darnos cuenta que sólo están en los buenos momentos, durante esas horas en las que todo es risa y diversión.

El problema es que sin las primeras, las segundas terminan perdiendo su luz porque lo único que hacían era reflejarla y con el tiempo…, todo se vuelve oscuridad, frío y soledad.

Por lo tanto…

“Rodéate de personas con luz propia,

Para reflejos…

… ¡Ya están los espejos!”

Perdónenme la absurda rima pero es que no he podido evitarlo, lo siento.

Blog, Pensamientos que nunca debieron salir de mi cabeza.


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Publicado por 1331ocho en Fábula, Pensamientos, 1 comentario